martes, junio 12, 2007

Un odio que atraviesa las paredes

Hui m'he vist obligada a posicionar-me. Per un moment he dessitjat ser la malalta del capítol de House de la setmana passada, eixa que havia perdut la facultat d'elegir, el libre albedrio. Lo he pasao mal eh!! He patit un debat interior brutal, que se ha costada numerosas víctimas, entre ellas la neurona 387, a partir d'avui m'agraden les ostres... que són afrodisíaques... tal volta la neurona 387 deuria haver mort fa temps...

Quan et plentejen si eres de los buenos o de los malos... Me quedo con las palabras de J.J. Millas

Yo antes era lo que se dice una mala persona. Y fumaba.
Trabajaba en un departamento de Correos al que llegaban todos los días miles de
papeles verdes y amarillos. Mi trabajo consistía en separar unos de otros,
porque los verdes significaban una cosa y los amarillos otra. El compañero que
tenía al lado hacía lo mismo. Era muy mala persona también, y consumía un tabaco
negro repugnante porque no le gustaba el rubio americano, como a mí, eso decía
él. Lo que pasa es que era más mezquino que yo con el dinero, aunque me
aventajaba en dos trienios. Lo que él ganaba con esos dos trienios era lo que me
gastaba yo en rubio americano, para demostrarle lo que hacía yo con su
ambigüedad.Y mientras separaba papeles, me dedicaba a odiar a todo el mundo. En
aquel despacho habría diez o doce personas y me pasaba el día deseándoles una
desgracia. Algunos de estos deseos se cumplían. El jefe, por ejemplo, se murió
de un infarto, en junio, al agacharse a recoger cinco duros que se le habían
caído por el agujero del bolsillo. Bueno, pues la verdad es que cuando cayó
fulminado yo llevaba dos semanas recitando, quince minutos diarios, por lo bajo:
“Que un infarto...”. Eran mis quince minutos de gimnasia matinal. También odiaba
mucho a los miembros del Gobierno y a la jerarquía eclesiástica, pero no se
llegaron a realizar las barbaridades que soñé para ellos. Mis poderes tenían un
radio de actuación de quince o veinte metros, siempre y cuando no hubiera
ninguna pared por medio.El caso es que un día, por casualidad, llegó a mis manos
una revista de budismo y me volví bueno. No fue un proceso rápido, no quiero
decir eso; de hecho, tardé quince o veinte días. Y es que en aquella revista se
anunciaba unos libros que empecé a leer y cuyas enseñanzas me fueron cautivando
poco a poco. Dejé de fumar porque comprendí que el tabaco no sólo dañaba mis
pulmones, sino que alteraba e equilibrio universal, ya que formamos parte de un
todo, o sea, que mis pulmones no me pertenecían. Digamos que me los habían
prestado y mi obligación era cuidarlos para que en el futuro, cuando yo me
muriera, otro pudiera respirar con ellos. En Madrid hay muchos lugares para
ejercer la santidad, de forma que me matriculé en un cursillo de filosofía
oriental, en el que comprendí enseguida el daño que me había hecho a mí mismo al
odiar a los otros. El odio es el tabaco del espíritu; cada vez que odias un
cuarto de hora a alguien, es como si te fumaras dos paquetes enteros de Camel,
es decir, que se te queda el alma llena de nicotinas y alquitranes. Por eso
suele decirse que el odio se vuelve siempre contra uno. En mi caso, no era
exactamente así, puesto que había logrado matar a mi jefe de un infarto, pero
esto es una cosa excepcional. Lo normal es que el rencor, como la nicotina, te
produzca dificultades respiratorias.Así que perdoné a todo el mundo e intenté
que todo el mundo me perdonara a mí. En la oficina continuaba separando papeles
verdes y amarillos, pero ahora ponía un gran amor en ello. No hay tarea lo
suficientemente absurda si la realizas con amor. Dejé de odiar también a los
miembros del Gobierno y a la jerarquía eclesiástica y en mi infinita estupidez
pensaba que sus destino era mucho más duro que el mío. Intentaba contribuir, en
suma, desde mis modestas posibilidades de funcionario de Correos, al
establecimiento de la paz universal.Y creo que estaba a punto de conseguirla,
cuando una noche soñé que volvía a fumar. Me desperté sudando y abrí el cajón de
la mesilla, pero no había ningún cigarrillo. Entonces me lancé a la calle y
busqué un bar de esos que no cierran toda la noche. Compré dos paquetes de Camel
y estuve fumando hasta el amanecer. Con cada calada, me iba volviendo otra vez
malo, así que por fuera fumaba y por dentro odiaba. Odié a mi jefe, a mis
compañeros, a los miembros del Gobierno hasta el nivel de subsecretario, y a la
jerarquía eclesiástica de diácono para arriba. En la oficina expliqué que había
vuelto a fumar porque en la secta me habían hecho comprender que ese era mi
destino, pero les oculté que era de nuevo una mala persona. Así que ahora los
odio sin que se den cuenta y es un odio más eficaz que el de antes. Un odio que
atraviesa las paredes.
M'encantaaaa!!!

5 comentarios:

Osukaru dijo...

Hey, que bo el J.J.Millas este!. Crec que el possaré a la llista de coses pendents per a llegir. Jajaja!.

Mmmm... vaig a odiar un ratet!. Que m'apeteix!

Lluís dijo...

Fuà! Pos jo passe d'odiar, me mola más el "sarcasmo cínico", que és més saludable i me molo a mi mismo. I a més no fume.

Ejemplo:

"Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino."

Llamóle Quevedo "perro judío" a Góngora de manera fina.

Mirims dijo...

Les oposicions estan tornan-te lokito Viper, fest-ho mirar

Lluís dijo...

Psé, no més de l'habitual.

kornikabrosalvaje dijo...

jejeejeje, el poder de la cultura, mola,jejeje, pasad por mi blog si quereis, os invito a que conozcais mi mundillo